Fe es un estilo de vida, es ver trazos divinos en lugares ordinarios, es traducir lo cotidiano, es ver a Dios en esos lugares que otros llamarían vanos, es escuchar el grito de gran sabiduría, a la entrada de las puertas, en cada una de las esquinas.
Fe no es una emoción bonita, es aferrarse con todo tu ser para ver esperanza ante la oposición que se aproxima, cantarle victoria a todas las mentiras antes dichas, antes creídas. Fe no se trata de quien soy yo, sino en quién deposito lo que deseo, a quien le creo, es mucho más que escuchar el corazón y hacer lo que quiero. Fe es escuchar susurrar a Dios. Fe es verle en cada contradicción.
Fe jamás será una religión, jamás una tradición, jamás una serie de reglas que manipula el vestir de medias, falda larga, corbata y pantalón. Fe es derramar lagrimas ante lo que se quería esperando algo mucho mejor. Fe es más que una buena intención. Es el renunciar completo de lo que yo escogería siempre por lo que en una cruz me entregó un Dios lleno de amor.
Por eso, fe mueve montañas, cambia lo imposible, logra lo que uno nunca imagino. Porque la fe no se basa en lo que es uno, sino en lo grande que es Dios.
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