La pequeñita de papá, la princesa de la casa; la niña que con una hermosa sonrisa paraba el cansancio del hombre quien más la amaba, quien al darse vueltas con su vestido nuevo él soñaba castillos para ella edificar, para que viviera su historia y la magia hiciera lo demás.
Sus ojos aún brillan al verla pasar, y es que su amor sigue firme, si fuera posible por ella daría la vida sin titubear, pues es su princesa, la niña de papá.
Sabe él bien sus temores, lo que ella enfrentará, las dudas de si es hermosa, valiosa para que un guerrero pueda su corazón conquistar. Amaría verla sonriendo, jamás verla llorar, pero es parte de la vida y él no sabe si podrá esto soportar. Y es que ella es su princesa, la niña de papá.
Los ojos del viejo se mojan al sólo recordar, es difícil comprender que ahora ella es una mujer y que sola camina ya. Que muchos anhelan su belleza pocos su corazón compartirán. Que muchos verán su porte sin distinguir aquello que él conoce como nadie más. Que ella es una princesa, la niña de papá.
Sus luchas quisiera evitar, construirle castillos y saber que la aman sin igual. Sin embargo él calla, y mal interpretado será. Su corazón sigue pendiente de ella, aunque hoy la deja volar. Cómo sabrá ella con toda su hambre de palabras que es su orgullo de verdad, no por lo que ha hecho, sino solamente porque ella sigue y seguirá siendo su princesa, la niña de papá.
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