Esta idea de que todas esas habilidades que uno ha adquirido en su camino lo hacen superior, o excusándome un poco, que estas lo han ayudado a saber un poco más, son sólo pretextos para no enfrentar algunas áreas que aún no revisamos en nuestra propia vida.
Así que tuve que reordenar mis motivaciones, verme al espejo y observar mis incongruencias, a tal grado que ya no me sentí capaz de seguir escribiendo de este tema.
La verdad. En muchas cosas he sido incongruente.
De chico escuche la historia bíblica de Jacob, quien hacía honor a su nombre, el cual significaba estafador, engañador. El tipo tenía mil bendiciones, todo lo que emprendía prosperaba, Dios estaba con él, a pesar de su incongruencia. Varias veces en su vida se encontró con experiencias que pudieron haberlo cambiado, sin embargo, solamente fueron eso, experiencias, muy significativas, pero nada más. La historia como un ángel lo ataca por la espalda y los dos comienzan a forcejear. El propósito. Cambiarlo. Darle un nombre nuevo. Y así fue. El ángel pregunta su nombre, como diciéndole “¿quién has sido hasta ahora?” Jacob confiesa y acepta su incongruencia, había sido un engañador. Entonces Dios cambia su historia. Su nombre nuevo: Israel. Nombre de guerrero, que ya no estafa para obtener lo que desea, sino que ahora lucha, se esfuerza por lo que quiere.
Aún sus ilimitadas experiencias y conocimiento Jacob seguía siendo el mismo, incongruente. Hasta que tuvo que pelear, no con el ángel. El ángel por supuesto era más fuerte que él. Tuvo que pelear con quien él había sido hasta ese momento.
Allí todo cambio.
Y es hasta ese momento en que reconoces y abandonas tus incongruencias que podrás obtener un nombre nuevo, un caminar mejor, un propósito diferente. Hasta que te observas a ti mismo, forcejeas con tu ángel y respondes honestamente la pregunta “¿Quién he sido yo hasta ahora?”.
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