Qué más da, puedes todo lo que quieras llorar. Despertarte sin quererte de la cama levantar. Esto no desaparecerá. Se incrementará hasta que la sangre haga charcos en las calles, hasta que ya no queden lagrimas por derramar y tu corazón este por acostumbrarse a lamentar.
Y esto, hasta que recuerdes con tu espíritu respirar. Sonreírle con sarcasmo al diablo en su cara y recordar. Que tus rodillas conectadas a un corazón confiado pueden más. Una oración al Dios que te ha llamado con certeza y con toda honestidad, puede mover montañas y desvanecer el mal.
Porque, cuál es el mar que hay que abrir y cruzar, cuál el muerto que aún cuando hiede puede resucitar, cuál el enemigo, cuál el gigante o que tan fuertes los muros de la ciudad que hay que conquistar. Qué tan grande es que Dios no pueda levantarse y transformar. Qué tan difícil la tormenta que con una sola palabra Jesús no pueda calmar.
O te hundes en el pesimismo de la atmósfera, te atemorizas por el momento y te encierras sin querer salir ya más. O recuerdas quién eres, en quién crees y qué es lo que Dios ha hecho con anterioridad. Porque hasta que traigas a la memoria, como lo que parecía una derrota, en una cruz fue solamente la entrada al patio del enemigo, para con valentía lo tuyo tomar podrás en paz descansar.
Porque esto no se trata del dominio de la plaza, se trata de espiritualidad. De quedarte callado y permitir que suceda lo malo o levantarte con autoridad, esa que se te dio con la victoria en la cruz y que puede mil veces más.
Así que, derrúmbate o levántate confiando en Dios como jamás.
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