He andado de lugar en lugar sin tener techo. Como el Maestro, sin almohada propia o recamara a la cual poder llamar mi habitación, dentro de mi hogar. Extraño. De alguna manera, respirar el polvo de mis libros, en mi estante, en mi cuarto, que esta en mi casa, en mi colonia, en mi país.
No he llamado mio a algo por mucho tiempo. Y quizás, si me detengo en estas frases y les pongo atención, nunca he tenido nada realmente mio. Algo propio de lo que puedo osarme es verdaderamente mio. Aunque he trabajado duro. Todo lo que ha sido “mio” ha venido y se ha ido.
Cuento esto, no como el que melancólicamente ve a su pasado con remordimientos. Cada capitulo ha sido increíble. Jamás podría haber contado algo similar a lo que he vivido, aún si siquiera lo hubiera pensado detenidamente, no hubiera funcionado igual. He sido nómada. No por elección propia. No lo hubiera escogido. Sino porque le dediqué mi vida a decirle si a Dios y Él me regaló esta aventura. La misma que no soñé, pues es mucho mejor de lo que mi mente pudo imaginar cuando comenzó todo esto.
Ahí se forja la fe. Al escuchar y obedecer. Una invitación hecha por alguien confiable. Que alienta a ser valiente sin ver nada adelante, solo su mano. Como apostando tu vida a una certeza invisible.
Y no hay sin embargos o peros que detengan este tren de pensamiento. Solo observaciones donde como al conducir en un semáforo me detengo, viro mi rostro y veo algo que no he tenido por mucho tiempo y que no sé si debo extrañarlo o solo alegrarme que la vida no fue lo que en mi corto conocimiento siendo tan joven aspire a vivir. Que seguí mi corazón torpe, sin visión, engañoso.
Tengo todo aquello que no imagine. Y aunque no tengo muchas cosas. Tengo las que importan al seguir día tras día tomando su mano.
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