No sé si algún día pensaste que al llegar a cierta edad, o al encontrar a tu compañera de vida todo tendría sentido. O que cuando llegaras a ser padre, o con empleo seguro, con tu propia casa u auto las cosas serían más fáciles. ¡Yo si!
Siendo honestos, siempre seguimos con preguntas. Y es que tantas veces asumimos que si tan solo tuviéramos esto u lo otro las cosas cambiarían.
Al ir creciendo fui conociendo lo increíble que era Jesús, quizás lo que me dejo sin ninguna duda de que Dios era real y me amaba, fue al ser sanado de mi bronquitis asmática crónica a los 13 años de edad después de pedirlo con todo mi corazón en oración. Eso fue impresionante. Lo recuerdo como si fuera ayer. Para mi es como cuando te encuentras con una mujer increíblemente hermosa, y ella se acerca a saludarte, se ríe de tus tonterías y accede salir contigo. No pasará un segundo después de ese primer encuentro en que no dejes de pensar en ella y actuar como idiota. Mucho más si después ella se vuelve tu novia. Te parece un cuento que a ella le parezcas un buen partido.
Para mi, así fue mi encuentro con Jesús. Ha sido emocionante desde ese entonces, al mismo tiempo que, siendo honesto, he tenido más preguntas que nunca antes en mi vida.
A la vez, he encontrado gente que saliendo con la chica más increíble, se encierran en su propio mundo y su interacción con los demás es casi nula o se vuelve extraña. Como una obsesión no sana. Los ves en las fiestas o reuniones sentados por ahí, sin participar mucho. Y aunque hacen una pareja ideal, parecieran no ser felices, se sienta cierta tensión. Así mismo suelo encontrarme gente que dice creer en Jesús quienes se asemejan tanto a esta pareja. Parecieran no vivir muy contentos, y cuando hablan de Él, se siente cierta tensión o algo que no encaja o antoja a querer algo así.
No siempre tuve la oportunidad de hacer preguntas tan honestas en este camino de fe, y si en algún momento me mostraba vulnerable compartiendo mis retos, a menudo sentía que era el único que lo hacía, como si nadie más enfrentará lo mismo que yo, o de alguna manera como si todo estuviera bien con los demás.
Es difícil para un alumno sentirse con la confianza para preguntar algo cuando el compañero anterior que levantó la mano para cuestionar al maestro fue mirado con tal vergüenza por su profesor y los demás en la clase. Así también, no es fácil tener dudas en una atmósfera donde todos parecen tener la verdad absoluta, o al menos pretenden tenerla.
En mi hogar era diferente. Las cosas se podían hablar claramente y había la compasión necesaria para alentar sin incentivar mi conmiseración. Sin embargo, uno necesita de comunidades fuera de casa que le hablen directo y a la vez empaticen con los conflictos propios, donde haya ese espacio donde otros puedan decir ‘yo también’.
“Somos llamados a sostener nuestras manos presionando heridas d un mundo herido p detener la sangre.”
Donald Miller
Por eso me encanta Jesús, su interacción con las fallas constantes de otros y sus dudas, su manera de tomar el tiempo para más que empatizar, compadecerse de los demás, sin importar si lo seguían, creían en Él después de ese encuentro o no. Recuerdo aquella parte donde después de resucitar, uno de los discípulos, Tomás, al que por tantos años la gente ha señalado como el que dudó, quería una prueba que el Maestro estaba realmente vivo; que esto que había creído era real y que Jesús era más que un Grandi Judío, sino que en verdad había resucitado, y era lo que decía ser, el hijo de Dios. Es ahí que aquel carpintero hizo una aparición especial, mostrándole a Tomás sus manos horadadas, sus pies y costado. El Mesías sabía que al que llamaban dídimo tenía dudas de su resurrección, y como Él lo amaba, fue a encontrarse con éste su amigo. ¡Increíble! Alguien con quien poder dudar, tener mil preguntas y llorar.
Es por eso que necesitamos no solamente buscar un lugar donde sentirnos escuchados, sino uno donde podamos unir nuestras manos para presionar las heridas de otros también. Necesitamos de personas, y ser personas que se arriesguen a ser vulnerables, a llorar, y permitir a otros llorar, a escuchar las dudas de otros sin aconsejar, con la compasión que acepta las dudas de otros sin corregirlo inmediatamente. Necesitamos compasión, pues hoy hay tantos buscando justicia que es ya tan difícil caminar en esta multitud de tuertos y mancos. Necesitamos cristianos con las cualidades de Cristo. Tomando el tiempo para amar a otros a pesar de sus respuestas.
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